martes, 30 de septiembre de 2014

De "El Espectador, V" (Vitalidad, alma, espíritu, 1916)

"La tristeza se presenta como una coloración deprimente que va llenando el volumen de nuestra alma; podemos, en un momento, determinar, como en una marea, la altura a que llega: hay tristezas periféricas que no llegan al centro de la persona, hay tristezas profundas que anegan todo nuestro ser. En las primeras, el yo se siente aún intacto: la tristeza está en torno a él, más o memos distante, pero no en él. En las segundas queda sumergido y, como suele decirse, ahogado en angustia".

martes, 23 de septiembre de 2014

martes, 16 de septiembre de 2014

De "El Espectador, V" (Notas del vago estío, 1916)

"Yo creo que se ha perdido el sentido del arte a fuerza de multiplicarlo y abaratarlo. Cuánto mejor considerar el arte como una aventura que sobreviene alguna que otra vez, muy raramente. Por lo pronto es una sorpresa. Vamos por la vida ocupados en nuestros asuntos, y de repente algo nos arrebata, nos saca de nuestro quicio, nos infunde un frenesí, nos arrastra, como el vendaval divino a los profetas, hacia una localidad extramundana. No hay arte sin éxtasis, en el sentido más rigoroso de la palabra, que es estar fuera de sí".

martes, 9 de septiembre de 2014

De "El Espectador, V" (Notas del vago estío, 1916)

"La riqueza no es sino el medio para adquirir lo que se necesita o desea. Parece, pues, el mejor orden que se comience por sentir la necesidad o deseo de una cosa y luego se piense en lograr la cuantía necesaria para su adquisición. Pero el hombre moderno comienza por desear la riqueza, esto es: el puro medio adquisitivo. A este fin aumenta indefinidamente la producción, no por necesitar el producto, sino con el ánimo de obtener aún más riqueza. De donde resulta que el producto, la mercancía, se ha convertido en medio, y el dinero, la riqueza, en fin último".

martes, 2 de septiembre de 2014

De "El Espectador, V" (Notas del vago estío, 1916)

"Es curioso que quien siente menos apetitos vitales y percibe la existencia como una angustia omnímoda, según suele acaecer al hombre moderno, supedita todo a no perder la vida. La moral de la modernidad ha cultivado una arbitraria sensiblería en virtud de la cual todo era preferible a morir: ¿Por qué, si la vida es tan mala? Por otra parte, el valor supremo de la vida -como el valor de la moneda consiste en gastarla- está en perderla a tiempo y con gracia. De otro modo, la vida que no se pone a carta ninguna y meramente se arrastra y prolonga en el vacío de sí misma ¿qué puede valer? ¿Va a ser nuestro ideal la organización del planeta como un inmenso hospital y una gigantesca clínica?"