"Cuando en un hombre queda arruinada casi totalmente la fisiología, no puede localizar su malestar. Circunscripto a una porción del cuerpo, el malestar es más bien un dolor, es una enfermedad: el malestar difuso, por el contrario, es síntoma de que las fuerzas que luchando con la muerte constituyen la vida, se han ausentado.
Lo propio acaece con el malestar nacional: no está aquí, no está allí, no tiene la culpa del omnímodo decaimiento este hombre ni este grupo ni esta institución particular. Si así fuera, España se habría, al cabo, concentrado en lucha contra ese mal particular, contra ese principio de muerte. Pero lo característico de nuestra vida nacional es que no encontramos al enemigo clara y fijamente condensado en parte alguna. ¿Y cómo luchar con ese enemigo invisible, innmumerable, omnipresente, fugaz, sin nombre ni perfil? Éste es el horrible síntoma de toda decadencia histórica.
Una decadencia política es una enferemedad localizada que puede combatirse: fue un error militar, un error económico, etcétera. Una decadencia histórica, empero, es el semblante en que exterioriza un pueblo su muerte interior, la gangrena fatal de su substancialidad étnica.
Tengamos una sublime lealtad: declaremos que no podemos señalar con exactitud el lugar de nuestro mal y que, como decía Heine, nos quejamos de dolor de muelas en el corazón. En esta tierra, donde sinceramente somos cada uno enemigo de los demás, nadie encuentra su enemigo particular".